El Tano Gracián, íntimo: cómo enfrentar al coronavirus desde la fe en Dios, al que conoció cuando vió un milagro con su papá

El ex jugador de Boca, Vélez e Independiente se ampara en la fe en Jesús para ayudar a otros. En días difíciles por la pandemia del virus COVID-19, el ex volante se anima a hablar de su faceta más desconocida.

Estilo de vida11 de abril de 2020Franco CenturiónFranco Centurión

Cuando uno tiene un apodo muy conocido, el nombre de pila queda sólo para la familia. En el mundo del fútbol nadie lo llama Leandro a Gracián. Ni sus amigos. Salvo para el Loco Bielsa en la época en la que era uno de sus sparrings favoritos en la Selección, Gracián es el Tano. O el Tanito. Aún cuando hoy se acerque a los 38 años y ya no sea -en el fútbol profesional- ese talentoso conductor que sabía acelerar para cambiarle el ritmo a la jugada en Vélez, Boca, Independiente, Monterrey o San Martín de Tucumán.


—¿Tano, vos sentís que desde la fe se convive mejor con la angustia que provoca el coronavirus?

—Sí. Yo vivo la cuarentena con mucha paz. Lo hablo con muchos chicos con los que compartimos la fe y me dicen que se la enfrenta de otra manera. No desde la arrogancia de creer que a uno no le va a pasar. Le tengo mucho respeto a la enfermedad. Pero interiormente es distinto. La misma palabra de Dios dice que algo así va a suceder. Cuando habla de las grandes plagas y anuncia que el mundo va a estar medio enredado. Lógicamente, desde la parte espiritual es un tema para profundizar. Más allá de eso, es una alerta para todo el planeta. Andá a saber realmente cómo nació pero hoy lo pagamos todos. El coronavirus es una guerra sin armas.

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—Desde un lugar lejano a la fe uno podría preguntarse por qué tiene que morir tanta gente, por qué tanto dolor, por qué una pandemia. Alguien te diría: “¿Cómo me explicás esta guerra?”

—Entiendo ese planteo. Y tal vez yo no lo sepa explicar tan bien. Pienso que fue todo diseñado así, aun con situaciones que son muy crueles. Ahí es cuestión de creer o no creer. Eso me hace vivir este momento sin miedo. La palabra señala que desde la fe recibís una paz que sobrepasa todo entendimiento. “Muchos son llamados y pocos los escogidos”, explica. Con el diario del lunes, como decimos los futboleros, llegué a la conclusión de que en mi vida estaba todo pensado. Y eso que yo también era uno de los que le decía “no me vengan a mí con la Iglesia”. Ni me había bautizado. Recién me bauticé a los 17 años, con Jonás Gutiérrez. Fue por el Cura de Vélez. Nos llevó al Perpetuo Socorro, a pocas cuadras de la cancha. La comunión, por ejemplo, ni la tomé. Fui a un par de clases y abandoné.

—¿Y en qué momento vos sentiste el llamado?

—En el 2013, cuando jugaba en el Querétaro de México, estaba muy mal en muchos aspectos de mi vida. Problemas a nivel familiar... Mi papá con adicciones. Yo tenía problemas con mi pareja. Más las presiones del día a día de mi carrera. No podía manejar mi cabeza. No dormía de noche. Me desgarré tres veces en seis meses. Ahí, cuando volví a la Argentina, mi hermano me dijo de ir... Mi papá ya iba a una Iglesia y lo había recuperado ciento por ciento de las adicciones. Con mi papá Dios hizo un milagro. Y lo bueno es que yo lo pude ver con mis ojos. A veces necesitamos ver para creer.

Ese fue el gran empujón.

—Sí. El motor fue ese milagro. Fue muy fuerte. Yo vi lo todo lo mejor y todo lo peor de él. Igual me seguía a todos lados. Pero me daba cuenta de cómo se iba deteriorando año tras año... Y de repente, en dos años tenerlo de nuevo como era él antes fue emocionante. Estaba como en los días que me llevaba a entrenar o cuando me iba a ver los partidos de Inferiores los sábados. Un papá. Un hombre que se volvió a reír. Que podía tomar mates conmigo. Que tenía paciencia con la familia. Eso me impactó muchísimo. Y lo vi todo con mis propios ojos. Entonces me fui acercando con mi hermano a la Iglesia de mi papá. Como todos, de entrada tenía un montón de preguntas sobre la fe. A veces venía mi hermano y yo le decía “sacame de acá”. Me preguntaba cómo puede ser que unos tengan tanto, otros nada... Que unos se mueran, otros no... Con todo el amor me respondía “tranquilo, paciencia”. Así, al poco tiempo ya estaba a full. Me puse a leer. Quería aprender.

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¿Cuál era la adicción? La pregunta no es para meter el dedo en la llaga sino para entender la magnitud de lo que pasó.

—La droga. Y lo sacó. Ahora lo puedo contar. Pero me dio mucha vergüenza siempre. Yo me enteré cuando jugaba en Boca. Mi hermano me volvía loco. “Papá hace esto”. “Papá hace lo otro”, me decía. Yo me hacía el boludo. Estaba en plena competencia, en el club que había soñado jugar. En ese momento sentía que no podía detenerme a ver qué pasaba. No me daba la cabeza. Encima yo soy el hermano mayor... Ahí pasó que mi viejo empezó a perder los trabajos. “Reducción de personal”, era el argumento. Mentira. Después te das cuenta por qué caía siempre él... De pronto estaba en mi casa y al rato manejaba un remís. Fuerte. Me acuerdo que cuando me enteré me dio mucho pudor. Fuimos a algunos lugares de recuperación. Lo tuvimos que internar. A veces iba a reuniones grupales y cuando me veían, yo no sabía dónde meterme. No podía hablarlo tampoco. Hoy soy feliz de contarlo porque es un testimonio vivo el de mi viejo.

¿El final de la carrera también se te vino encima? Vos debutaste en Vélez, tu club de chico. Fuiste figura en el campeón del 2005. Te vendieron al exterior en una fortuna. Te contrató Boca con un entrenador como Russo, que había sacado tu mejor versión. ¿En los últimos años sentías que te venías a pique?

—Sí. Y es muy fuerte. Tenés un sentimiento de frustración tremendo. Yo lo pude hacer porque los últimos años los enfrenté desde la fe. Desde esa perspectiva lo pude disfrutar. Un semestre no jugué y entrené igual todos los días. No sé cómo hice. No hay explicación. Yo de Querétaro me vine a los seis meses por las lesiones que conté antes. Me rescindieron el contrato y me quedé otros seis meses sin jugar. ¿Sabés adónde me fui a relanzar mi carrera? ¡A Manta! A la B de Ecuador... ¿Sabés lo que es eso?

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—¿Y cómo llegaste a Manta?

—Así es el fútbol. Cuando vos no jugás durante seis meses, desaparecés. No existís más. Hoy, que voy a ser entrenador, lo entiendo un poco más. Es difícil que vayas a buscar a un jugador que viene de medio año parado. ¿Cómo hacés? Lo tenés que conocer de una vida. Si no, no lo contratás. Y es normal. Fue un año parado, además, por los tres desgarros. ¿Quién te quiere ahí?.

—¿Los desgarros eran porque tenías la cabeza rota?

—Seguro. Yo estaba bien entrenado. ¿Cómo me iba a desgarrar tres veces seguidas? Me había pegado lo de mi viejo, todo... Yo creo que aguanté hasta ahí. Me quedé sin nafta. Y fue mucho. Porque esta situación la viví desde que debuté en Vélez. Cuando mi papá cuenta su testimonio nos dice que hacía más de 30 años que se drogaba. Es la típica. De entrada la dibujás. Pero cuando tenés 20 años de vicio ya no manejás nada.
—Debe ser fuerte jugar en Boca (2007 al 2010), en Independiente (2010 al 2011) y de pronto estar en Manta...
—Por suerte no fue directo de un club al otro, ja. Yo volví a Boca después del préstamo a Independiente. Y de ahí me fui seis meses a Colón. Después un año a Chile, al Cobreloa, donde me fue bien. Vuelvo a subir de nivel en México. Ahí, pasar de México a la B de Ecuador es como ir del Real Madrid a jugar con amigos. Porque Querétaro es un equipo de mitad de tabla de México pero de primer nivel. Con un buen contrato. Eso también te mata. Pasé de ganar muy bien a casi pagar yo para jugar, ja. Esos cambios los pude hacer porque conocí a Dios y empecé a confiar en que podía llegar otra vez al primer nivel. Si en esa fe me retiraba ahí mismo. Lo más normal era que con 31/32 años dijera “basta”.


—Dijiste que en esos días tenías problema con tu pareja. ¿También lo pudiste resolver?
—Sí. Vero siempre estuvo bancando la parada. Es mi primer campeonato ganado. Ella está conmigo desde apenas debuté, que fue en el 2001. Tenía 19 años. Ahora tengo 37 y tres hijos... En todas esas transiciones siempre estuvo al lado mío. Sabía que contaba con Vero. Apoyando no sólo en las decisiones. En los partidos tristes, en las llegadas a mi casa, en los días felices, en los viajes... Ahora también me acompaña a la Iglesia.


—¿Cuál es exactamente tu religión?
—Yo soy cristiano. Pero no me gustan las divisiones. No se puede hacer un Boca-River también de las religiones. La fe no pasa por qué camiseta tenemos puesta sino por sentirlo. Yo no voy a la Iglesia todos los domingos. Sí pertenezco a un Ministerio, donde ahí hay un presidente que nos va enseñando. Se llama Deportistas de Cristo. Tengo una vida religiosa pero no una rutina religiosa. Me escapó de eso. No es que la religión te permite o te prohíbe cosas. Creer en Dios me dio disciplina, otra manera de resolver las cosas, conocer más a mis amigos. Y así cien mil cosas. No me pongo un título. Soy muy respetuoso de todos. No pienso que mi verdad es la verdad.

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¿En el mundo del fútbol hay que tener un cuidado especial para hablar de religión?

—Sí. Hay que tener mucho cuidado. A veces cuestiones así te abren o cierran puertas sin conocerte. Por el fanatismo que se genera. Nadie me obliga a hablar de Dios. Ni estoy todo el día hablando de Dios. Me preguntás y respondo. Igual que contar mi historia. Después te empezás a enterar que un montón de jugadores pasan por estas situaciones familiares. A uno le pasa con un hermano, a otro con un tío... Algunos pueden llevar igual la carrera con momentos así y otros no. Somos como todos. Nada más que tenemos una profesión que mueve la pasión de la gente.


—Hablemos de las buenas, que fueron muchas. ¿Cómo fue que te vaya a buscar Boca, jugar con Riquelme?

—Llegar a Boca fue lo máximo. Pero tiene una historia... Yo me había ido a México en el 2006, después salir campeones en Vélez con Russo. Ese equipo con el Roly Zárate, Somoza, Fuentes, Cubero, Sessa, Jonás Gutiérrez... Había sido la compra más cara de la historia del Monterrey. Dos años después pagaron más aún por el chileno Suazo. O sea, Monterrey me dio todo. Hasta me hizo cinco años de contrato. Histórico. Y yo a los seis meses hice un quilombo grande para irme a Boca. Se me tiró toda la ciudad encima. Los directivos no lo podían creer. Es como que vos me compres la mejor casa de todas y yo te diga “no la quiero más, me voy a otra”. Una locura.

—¿Y por qué hiciste esa locura?

—¡Porque era Boca! “Vení que acá vas a jugar”, me repetía Russo del otro lado del teléfono. La verdad, uno de chiquito dice “quiero jugar en Boca o River y un Mundial con la Selección”. Que me llamara justo el técnico con el que había sido campeón para ponerme la 10 de Boca me volvió loco. Yo estaba en el aire. Así fue. El primer semestre, entonces, presioné en Monterrey pero no me liberaron. Me dejaron un poco colgado. Me quedé seis meses más y recién ahí me dejaron ir a Boca.

—¿Boca era como lo imaginabas de pibe?
—Fue impresionante. Yo iba en el avión y me reía solo de la felicidad. El torneo había empezado en junio. Llegué tarde, en agosto, cuando se destrabó todo. Fue después de que Boca ganara la Copa Libertadores del 2007. Román justo se había ido. Entonces juego yo hasta fin de año. Y él vuelve para jugar después del Mundial de Clubes.
—Ahí te querías matar. La 10 de Boca volvía a ser de él.
—Eso es verdad. Pero mucho no me quería matar. Yo pensaba “aunque sea voy a estar con una estrella”. Román me conocía. Y yo conocía a los hermanos. Sabía que me iba a costar jugar. Pero como siempre fui un tipo muy competitivo, pensaba que podía acomodarme a algún lugar. Decía “tal vez puedo jugar más de mediapunta”. Yo estaba feliz porque venía Riquelme y podía compartir el vestuario con él. No se da todo el tiempo jugar con jugadores de esa calidad.


—¿Después de todo eso te pudiste retirar en paz?

—Sí. Me retiré feliz. Porque después de las caídas, de pasar por Manta; Santaní y Rubio Ñu (Paraguay); Cúcuta Deportivo (Colombia); terminé en San Martín de Tucumán, un club grande. De estar en la B de Ecuador volví a la Primera de la Argentina. Y todo eso me dio mucha riqueza para mi próximo objetivo: ser entrenador. Yo conozco a un montón de futbolistas que no conocen esa caída. O esa transición. No porque no quieren si no porque no les pasa. Algunos pueden decidir terminar en Boca, River o Europa. Pero a veces no conocés el barro. Y para saber cómo se piensa en el barro te tenés que embarrar.

Fuente: Infobae

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